huir.
huir de esta espesura
de ciudad que me agarrota la sangre,
que la espesa, la ralentiza y la arruina,
haciendo mis pasos lentos, quebradizos y vacíos.
que la espesa, la ralentiza y la arruina,
haciendo mis pasos lentos, quebradizos y vacíos.
huir ya.
coger el primer tren
que llegue,
que se acerque a mí
y me acoja y me acune
y me aleje
de este lugar insulso.
y llega:
destino, Madrid-Atocha apeadero.
poca gente,
ni maletas ni bultos innecesarios:
el móvil y la Condesa Sangrienta,
de Pizarnik.
sentarme, cerrar los
ojos
respirar hondo, profundo,
y sentir como las ruedas de acero
se deslizan lenta y armoniosamente,
sobre unos surcos simétricos,
paralelos,
aburridos e inertes.
respirar hondo, profundo,
y sentir como las ruedas de acero
se deslizan lenta y armoniosamente,
sobre unos surcos simétricos,
paralelos,
aburridos e inertes.
abro los ojos y frente
a mí
una mujer de negro riguroso
aparece de improviso,
una mujer de negro riguroso
aparece de improviso,
zozobrando mi coraje
y alertando mis
sentidos.
no la oí llegar,
ni presentí su aliento,
pero ahí está, empapándolo todo
de sorpresa y nerviosismo.
mi ojos van subiendo
despacio;
desde sus rodillas, descubiertas y enrejadas,
desde sus rodillas, descubiertas y enrejadas,
a sus pechos, justos
y pecaminosamente
prietos.
prietos.
acabar en sus ojos,
azorado,
y sentir clavados los suyos en los míos,
acaban por privarme de todo sentido
ajeno a esta borrachera.
y sentir clavados los suyos en los míos,
acaban por privarme de todo sentido
ajeno a esta borrachera.
un juego, me voy
diciendo,
un lascivo juego mientras van pasando segundos
interminables,
y ninguno parpadea.
un lascivo juego mientras van pasando segundos
interminables,
y ninguno parpadea.
su semblante no cambia,
y siendo placido, me sumerjo en él
como el más experto jugador, sabiendo de sobra
que mis cartas son más bien de monopoly.
pero no soy cobarde.
acepto el envite,
y con gesto adulto
dejo pasar los
segundos,
inerte.
de repente todo
cambia a mi alrededor.
la gente va desfilando entre murmullos, golpes de maletas
la gente va desfilando entre murmullos, golpes de maletas
y prisas.
cierro al fin los
ojos de nuevo,
y el vagón, vacio
ya, me devuelve
a una realidad inquieta y muda.
a una realidad inquieta y muda.
fin de viaje.
Madrid aparece a mi
izquierda
entre sobrillas de hierro y metacrilato,
maletas que traquetean sus diminutas ruedas
sobre un andén trashumante.
entre sobrillas de hierro y metacrilato,
maletas que traquetean sus diminutas ruedas
sobre un andén trashumante.
¿dónde han ido a
parar esos postes
telegráficos que partían el paisaje en mil
fotogramas por segundo?
telegráficos que partían el paisaje en mil
fotogramas por segundo?
¿qué coños ha sido de
ese mar castellano
que se extendía por
doquier
entre amarillos paja y verdes limón?
entre amarillos paja y verdes limón?
acomodo mis pasos
lentos,
y una acidez mental imposta
y embota mi razón.
y una acidez mental imposta
y embota mi razón.
¿me habré quedado
dormido?
¿todo el viaje?
¿y esa mujer, solo ha sido un sueño?
¿todo el viaje?
¿y esa mujer, solo ha sido un sueño?
me niega la razón
toda lógica,
y soy un zombi esperando una respuesta
que sé que no llegará,
y soy un zombi esperando una respuesta
que sé que no llegará,
mientras el bullicio
de la capital
va desperezándome, y
me llega
el recuerdo ancestral
de aquellos años
de adolescencia, rumbo a Cádiz,
con el petate de marinero y la virginidad
de adolescencia, rumbo a Cádiz,
con el petate de marinero y la virginidad
casi intacta.
de repente un mal
presentimiento.
¡joder!
¡la hija de puta me ha robado la cartera!
¡la hija de puta me ha robado la cartera!